Opinión

La crucifixión de las mujeres

En el Vía Crucis del Coliseo, los nuevos crucificados de hoy.

Con Cristo y con las mujeres en el camino de la cruz“: así ha pensado Sor Eugenia Bonetti, misionera de la Consolata, las meditaciones del Viernes Santo en el Coliseo. En sus 14 estaciones, las víctimas de la trata, los menores mercantilizados, las mujeres forzadas a prostituirse y los migrantes estarán al centro. Son los nuevos crucificados que deben despertar las conciencias de todos.

Tiziana Campisi – Ciudad del Vaticano escriba para Vaticansnews: La religiosa directora de la Asociación “Slaves no more”, encargada de preparar las meditaciones del Vía Crucis del Viernes Santo en el Coliseo, ha querido viajar “junto con todos los pobres, los excluidos de la sociedad y los nuevos crucificados de la historia de hoy, víctimas de nuestros cierres, poderes y legislaciones, ceguera y egoísmo, pero sobre todo de nuestros corazones endurecidos por la indiferencia”. Entre los conmemorados, están los 26 jóvenes nigerianos cuyos funerales se celebraron en Salerno, y su compatriota Favour, de 9 meses de edad, que perdió a sus padres en el mar.

Que todos los responsables escuchen el grito de los pobres

En la primera estación, la figura de Poncio Pilato inspira la oración “por los responsables, para que escuchen el grito de los pobres” y “de todos aquellos jóvenes que, de diversas maneras, son condenados a muerte por la indiferencia generada por políticas exclusivas y egoístas”.

En Jesús que toma la cruz, en cambio, está la invitación a reconocer “los nuevos crucificados de hoy: los sin techo, los jóvenes sin esperanza, sin trabajo y sin perspectivas, los inmigrantes obligados a vivir en chabolas al margen de nuestra sociedad, después de haber enfrentado sufrimientos sin precedentes”. Pero el pensamiento se dirige también a los niños “discriminados por su origen, el color de su piel o su clase social”. Ante todo esto, el ejemplo a seguir es el de Cristo que habló de servicio, perdón, renuncia y sufrimiento, manifestando en su vida “el amor verdadero y desinteresado al prójimo”.

Ya no sabemos reconocer quién está necesitado

En las estaciones de Jesús hacia el Calvario, sor Eugenia Bonetti reconoce los diversos episodios de los cuales ha sido testigo; en el encuentro con María, entrevé “demasiadas madres que han dejado salir a sus jóvenes hijas hacia Europa con la esperanza de ayudar a sus familias en la extrema pobreza, mientras que ellas han encontrado humillación, desprecio y a veces incluso la muerte”; en Jesús que cae por primera vez, la fragilidad y la debilidad humana son el punto de partida para recordar a los samaritanos de hoy que se inclinan “con amor y compasión sobre las muchas heridas físicas y morales de aquellos que cada noche viven el miedo a la oscuridad, la soledad y la indiferencia”.
“Desgraciadamente, muchas veces hoy ya no sabemos reconocer quién está necesitado, quién está herido y humillado – escribe la religiosa de la Consolata – a menudo reivindicamos nuestros derechos e intereses, pero olvidamos los de los pobres y los últimos de la fila. Es entonces cuando debemos pedir a Dios que nos ayude a amar y a no ser insensibles a las lágrimas, al sufrimiento y al grito de dolor de los demás.

Menores, migrantes y víctimas de la trata con Jesús en el Calvario

Y cómo no ver en el Vía Crucis a los muchos “niños, en diversas partes del mundo, que no pueden ir a la escuela”, “explotados en minas, campos, en la pesca, vendidos y comprados por traficantes de carne humana, para trasplantes de órganos, así como utilizados y explotados… por muchos, incluso cristianos”.

Son menores “privados del derecho a una infancia feliz”, “criaturas utilizadas como mercancías baratas, vendidas y compradas a voluntad”. Pero en el centro de las meditaciones de la Hermana Eugenia Bonetti, que lucha desde hace años contra el tráfico de seres humanos, hay migrantes y víctimas de la trata.
De ahí, su llamado a “crecer en la conciencia de que todos somos responsables del problema” y de que todos podemos y debemos ser parte de la solución, el cual se lee en la octava estación, “Jesús se encuentra con las mujeres”.

Y sobre todo, sor Bonetti hace hincapié en que las mujeres “deben desafiar el coraje, saber ver y actuar, considerar a los pobres, a los extranjeros, a los diferentes, no como un enemigo que hay que rechazar o combatir, sino como un hermano o hermana que hay que acoger y ayudar”.

La humillación de Cristo: la misma de las mujeres víctimas de la cultura del descarte

En la novena estación, Jesús, que cae por tercera vez, “exhausto y humillado bajo el peso de la cruz”. Una imagen que evoca también a la humillación y cansancio de “tantas jóvenes, forzadas a salir a la calle por grupos de traficantes de esclavos, jóvenes que no soportan el esfuerzo y la humillación de ver su joven cuerpo manipulado, abusado, destruido, junto con sus sueños”. Son el fruto de la cultura del descarte. Es la incómoda pregunta de Dios: “¿Dónde está tu hermano? ¿Dónde está tu hermana?” – la cual debe “ayudar a compartir el sufrimiento y la humillación de tantas personas tratadas como residuos”.

El dinero, el bienestar y el poder: ídolos de todos los tiempos

La imagen del cuerpo despojado de Cristo, comparable a la de los menores, objeto de la compraventa, nos permite reflexionar sobre los ídolos de todos los tiempos: el dinero, la riqueza y el poder que han hecho que todo sea comprable.
La “centralidad del ser humano, su dignidad, su belleza, su fuerza” ha desaparecido. Pero hay quienes todavía arriesgan su vida para salvar a otros, especialmente en el Mediterráneo, donde muchos han ayudado a “familias en busca de seguridad y oportunidades”, a “seres humanos que huyen de la pobreza, de las dictaduras, de la corrupción, de la esclavitud”, a todas las personas cuya belleza y riqueza deben ser redescubiertas, a “un don único e irrepetible de Dios para ponerlo al servicio de la sociedad en su conjunto y no para lograr intereses personales”.

En la tumba de Cristo, muerte y resurrección, enseñanzas de vida 

La última estación, que conduce al sepulcro de Jesús, nos hace pensar en los “nuevos cementerios de hoy”: el desierto y los mares, donde hoy moran eternamente “hombres, mujeres, niños que no pudimos o no quisimos salvar”.

“Mientras los gobiernos discuten, encerrados en los palacios del poder – escribe la hermana Eugenia – el Sáhara está lleno de esqueletos de personas que no han resistido la fatiga, el hambre, la sed y el mar se ha convertido en una “tumba de agua”. Y entonces la esperanza es que la muerte de Cristo pueda “dar a los líderes de las naciones y a los responsables de la legislación una conciencia de su papel en la defensa de cada persona creada a imagen y semejanza de Dios, y que su resurrección sea un faro de esperanza, de alegría, de vida nueva, de fraternidad, de acogida y de comunión entre los pueblos, las religiones y las leyes”.

Fuente:Prensa del Vaticano

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