Evita: luchadora en cuerpo y alma
¡Esa mujer le pertenece a él! Esa mujer era de él; declararía Cabanillas para los documentales del siglo XX que comenzaron a narrar la atroz historia de Evita, símbolo de un Pueblo amado y odiado por el poder económico. Víctima de delitos de lesa humanidad, cuando fallecida, perpetraron en ella los vejámenes enfermizos de machos enceguecidos por la envidia, la lujuria y el miedo al retorno y fortaleza de una dirigenta que por amor a su pueblo y a su compañero, lo daría todo.
El castigo hacia la mujer que se atreve, desafía, reclama, lucha por los suyos y por todas las demás personas vulneradas ante la opresión, es enemiga natural del patriarcado y con ello de quienes lo ejercen desde las instituciones y por ende, del poder de turno.
En los años 50’s sería María Eva Duarte, segunda esposa de Juan Perón, quien en vida y en muerte, padeció el encarnizamiento del patriarcado, la misoginia y la cerrazón, feroz de su época. Una dirigenta que dio todo en favor de sus congéneres, de la niñez argentina, la ancianidad, los empobrecidos, la masa trabajadora y el incentivo de lograr que la mujer llegue a puestos de decisión, con el voto femenino y las Cámaras legislativas. Tantos beneficios tendrían como contrapartida, las humillaciones más grandes que le propinara el régimen militar opositor, cuando en un Golpe de Estado a Perón, al poco tiempo del fallecimiento de la “Abanderada de los humildes” hicieran de ella, una víctima cosificada del odio machista; la primera ultrajada en Argentina por cuestiones de índole político social.
María Eva -Evita- sufrió las difamaciones de sus detractores, en vida y en muerta, la persecución, el abuso sexual, la privación de su descanso eterno, el exilio forzoso y con ello, la desaparición de su cuerpo, reclamado por su madre y sus hermanos, en Argentina. La complicidad del Ejército y la Iglesia Católica, harían más macabro todo lo sucedido entorno a la figura y símbolo de una mujer que implicaba e implica, profundas emociones en su pueblo. Como política, su carrera y accionar, marcaron la historia del siglo XX y su inmenso carisma para movilizar las bases sociales, hicieron de ella, el temor más grande la institución militar de su propio país. El temor de ver volver al peronismo como un movimiento ideológico fortalecido en el mito de Evita Inmortal, les pareció suficiente para hacer que un cadáver, embalsamado e insepulto, diera vueltas por Europa poco más de dos décadas, hasta que fuera restituido a sus familiares y luego repatriado a la Argentina.
Un silencio colectivo rodea a la memoria de la fallecida, en una Argentina donde se incrementan a diario los delitos por violencia de género; maltrato, abusos, femicidios, siendo las mujeres humildes las más castigadas por la ausencia de un Estado neoliberal, financista y evidentemente materialista, comandado por la elite heredera de los mismos odios que signaron a la lideresa de la década del ‘ 50.
“Soy demasiado pequeña para tanto dolor”
Eva murió el 26 de julio de 1952, a las 8:25 de la noche. Tenía 33 años. Apenas expiró, su cuerpo fue entregado a un eminente patólogo español, el doctor Pedro Ara —contratado desde semanas antes— para ser embalsamada. Era profesor distinguido de Medicina, en la Universidad Nacional de Buenos Aires- El doctor Ara trabajó en un cuerpo demacrado y reemplazó la sangre primero por alcohol y luego por glicerina, que mantiene el cuerpo intacto y otorga a la piel un aspecto casi transparente.
El proceso completo de embalsamamiento duró casi un año y el doctor Ara recibió 100.000 pesos por su trabajo. Desde el momento de su muerte, santa Evita —como se la designaba entonces—
fue llorada por la nación entera; cuando se instaló la capilla ardiente, dos millones de argentinos desfilaron ante el féretro; en la aglomeración murieron siete personas.
Se planificó la construcción de monumentos conmemorativos a lo largo y ancho del país; pero muchos de ellos se quedaron en meros proyectos. Porque en julio de 1955 la creciente inflación derribó a Perón.» El ex presidente se exilió en España, desde donde exigió a su sucesor en el poder, el general Eduardo Lonardi, que le devolviera el cadáver de su esposa.
Lonardi; se negó y, en cambio, se dedicó a desacreditar al matrimonio Perón.
Pero esto no le restó popularidad, de hecho, durante los meses que siguieron al derrocamiento de Perón, el culto a la memoria de Eva no dejó de crecer. El general Lonardi hizo acopio de toda su valentía y decidió destruir el cadáver de Eva, que aún permanecía en la sala 63 del edificio de la Confederación General del Trabajo, en Buenos Aires.
Pero antes de que pudiera poner en práctica su plan, Lonardi fue desplazado del poder por el general Pedro Aramburu en noviembre de 1955. El nuevo jefe del Estado advirtió que dejar el cuerpo de Eva, en un sitio tan accesible de la capital constituía un peligro: el cadáver amenazaba con convertirse en bandera de un futuro resurgimiento del peronismo. Por eso, ordenó que el cuerpo fuera trasladado secretamente a otro lugar.
El cadáver de Eva desapareció el 16 de noviembre y permaneció oculto durante dieciséis años. La noche en que el cuerpo fue robado, el doctor Ara se encontraba en la sala 63, cumpliendo una de sus periódicas inspecciones del cadáver embalsamado, oyó el sonido de las botas, que resonaban mientras los soldados subían por la escalera principal del edificio. La puerta se abrió violentamente y el coronel Carlos Mori-Koënig, jefe del servicio de inteligencia del ejército, irrumpió en el lugar, escoltado por un pelotón. «He venido a llevarme el cadáver”, dijo. Sin hacer caso de las protesta del doctor Ara, ordenó a sus hombres que sacaran el cuerpo de Evita de su féretro cubierto de banderas, para colocarlo en un sencillo ataúd de madera y lo trasladarlo al camión que aguardaba en la calle.
Lo único que Mori-Koënig dijo al doctor Ara es que se llevaba el cuerpo para darle «un entierro decente». El camión arrancó y se perdió en la noche. La noticia acerca del robo del cadáver se difundió con rapidez y los peronistas proscritos organizaron manifestaciones, levantando retratos de Evita y coreando consignas que reclamaban la devolución del cuerpo, las manifestaciones se registraron en todo el país. El gobierno hizo circular rumores según los cuales era el propio Perón quien había organizado el robo del cuerpo. Pero cuanto más se esforzaban los líderes militares en reprimir a los peronistas, mayores eran las protestas por el robo del cuerpo de Evita. Para los descamisados, el robo era el crimen del siglo: un crimen que no podrían perdonar jamás.
Fue el agravio por el que protestaron durante 16 años, un período en el que el paradero del cuerpo de Eva permaneció en el misterio para el pueblo y para Perón. La mayor parte de la historia del robo sigue siendo todavía un enigma. Lo que se sabe es que, después de que el camión militar saliera del edificio de la Confederación General del Trabajo una noche de diciembre de 1955, el general Aramburu abandonó su intención de destruir el cuerpo, temeroso de la reacción popular.
El coronel Mori-Koenig ordenó conducir el camión a un rincón tranquilo de un cuartel, donde permaneció el resto de la noche, mientras el jefe militar esperaba instrucciones. El coronel hubiera disfrutado destruyendo el cuerpo, si sus superiores se lo hubiesen ordenado; tenía sólidas razones para odiar a Juan y a Eva Perón: cierta vez, después de una discusión, el entonces presidente Perón lo había humillado. Sin embargo, la orden de destruir el cuerpo nunca fue dada. En cambio, se le ordenó esconder el cuerpo. El cadáver de Eva fue colocado en un cajón de embalaje, sellado y trasladado a un depósito cerca del cuartel general del servicio de inteligencia del ejército. Allí
permaneció durante un mes; en enero de 1956, el cajón peregrinó por media docena de depósitos y oficinas oficiales de Buenos Aires, Terminó escondido en el elegante piso del ayudante de Mori-Koenig, el mayor Antonio Arandia.
En esa época, los agentes peronistas registraban palmo a palmo la ciudad, en busca del cadáver de Eva. Temiendo que alguna pista pudiera llevarlos hasta su casa, Arandia dormía con una pistola bajo la almohada. Una noche, poco antes del amanecer, Arandia se despertó asustado. Oyó, con temor, unos pasos que se acercaban a la puerta del lavabo. Cuando la puerta se abrió, Arandia sacó rápidamente la pistola de debajo de la almohada y disparó dos veces contra la sombra que había aparecido en el portal. Su esposa, embarazada, que era quien estaba en el lavabo, cayó muerta sobre la alfombra del dormitorio.
Entonces el cadáver de Eva fue trasladado al cuarto piso del cuartel general del servicio de inteligencia, el organismo que dirigía Mori-Koënig. Con un marco que decía “Equipos de radio“, el cajón fue apilado junto con a otros cajones de idéntico aspecto. Varios meses después, coronel Mori-Koenig fue destituido; lo reemplazó el jefe del servicio secreto del presidente Aramburu, el coronel Héctor Cabanillas, quien se horrorizó al descubrir que el cuerpo todavía estaba escondido en el cuartel.
Lo primero que hizo fue ordenar que lo sacaran de allí. Nadie sabe quién fue el encargado de los siguientes traslados, que marcaron un macabro itinerario. Se sabe que se fabricaron varios ataúdes idénticos, y que fueron cargados con lastre junto con el cajón de embalaje que contenía el cadáver, algunos ataúdes fueron dispersados por diversos lugares de América del Sur y aún más lejos. Otros féretros fueron sepultados al mismo tiempo, pero el cajón que contenía el cuerpo de Eva fue embarcado rumbo a Bruselas; luego fue trasladado en tren a Bonn. Allí, sin que el embajador argentino se enterara, el cajón fue almacenado en un sótano de la embajada, junto a unos viejos archivos. En septiembre u octubre de 1956, el cadáver fue puesto en un ataúd y trasladado nuevamente, primero a Roma y luego a Milán. Durante la última etapa del viaje, el cuerpo fue acompañado por una hermana lega de la sociedad de San Pablo, a quien se le indicó que el cadáver pertenecía a una viuda italiana, María Maggi de Magistris, que acababa de morir en Rosario, Argentina.
Bajo ese nombre, Eva fue enterrada en la parcela 86 del cementerio Mussocco, de Milán. Allí permaneció por espacio de 15 años, durante los cuales su paradero sólo fue conocido por un puñado de personas. Durante esos años, las juntas militares que se sucedieron en el poder en Argentina tropezaron con diversas crisis económicas.
Finalmente, el jefe de una de esas juntas, el teniente general Alejandro Lanusse, decidió invitar al envejecido Juan Perón a que regresara a su patria. Esto a pesar de que, 20 años antes, Perón había ordenado personalmente que Lanusse fuera sentenciado a cadena perpetua. Antes de cursar su invitación, Lanusse organizó las cosas para que el cadáver de Eva fuera devuelto a su esposo. El 2 de setiembre de 1971, un hombre que decía llamarse Carlos Maggi presenció, en el cementerio de Milán, la exhumación del cadáver de «su hermana»; luego lo hizo colocar en un coche fúnebre, que realizarla un viaje de 800 kilómetros hasta Madrid. En realidad, Carlos Maggi no era otro que Héctor Cabanillas, el ahora jubilado jefe del servicio de inteligencia militar.
El coche fúnebre pasó una noche en un garage de Perpignan, Francia, y llegó a la casa de Perón, en Madrid, al día siguiente. Allí estaba esperándolo Perón. que ahora tenía 74 años, acompañado por su nueva esposa, Isabel —de 39 años, y a quien había conocido en un nigth-club panameño— y por el doctor Ara. El féretro fue colocado en el salón; Cabanilllas, ayudándose con una palanca, abrió la tapa. Perón rompió a llorar al contemplar el rostro de su mujer, muerta tanto tiempo atrás. Vio sus rubios cabellos despeinados y esa cara tan bella y aparentemente plácida, como la recordaba, dos décadas atrás. “No está muerta”, dijo, «sólo está durmiendo.»
En 1972, largo exilio de Perón llegó a su fin; se le permitió regresar a la Argentina, pero prefirió dejar el cuerpo de Eva en Madrid. Un año más tarde, fue nuevamente elegido jefe del Estado, con Isabel como vicepresidente. Su mandato fue breve: murió el 1ro. de julio de 1974. Isabel se convirtió en presidente y ordenó que el cadáver de Eva fuera trasladado a su patria desde España.
Miles de argentinos se alinearon, llorando, a lo largo de la ruta que une el aeropuerto con la ciudad, para arrojar flores sobre el coche fúnebre que transportaba a la amada Evita. El cuerpo fue de nuevo expuesto en una capilla ardiente, esta vez al lado del féretro de Juan Perón, en el palacio presidencial de Olivos. Isabel organizó el culto a los dos muertos, tratando de que revirtiera sobre ella el reflejo de la gloria de Evita. Isabel se aferró al poder durante dos años, antes de ser derrocada por una nueva Junta militar.
Y los nuevos amos del país trataron de borrar el nombre de Perón del libro de la historia. El cuerpo de Perón había sido sepultado poco después de su velatorio, pero el de Eva fue a parar nuevamente a un depósito. Los nuevos dirigentes de Argentina no conseguían ponerse de acuerdo sobre el sitio donde, finalmente, reposaría la Abanderada de los Humildes.
Sólo en octubre de 1976 la junta militar decidió el sitio donde sería definitivamente sepultada: el cuerpo, todavía bello, de Eva fue depositado en una tumba, a varios metros de profundidad, en un sector privado del cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires. Se construyó una tumba fuerte como la cámara acorazada de un banco, a fin de disuadir a cualquiera que tratase de apoderarse del cadáver de Eva Perón.
Víctimas del poder hegemónico
Fue el fallecido Eduardo Luis Duhalde quien, ocupando el cargo nacional de Secretario por los Derechos Humanos, definió al Estado terrorista como aquel cualitativamente diferente de
los demás estados de excepción: el Estado militar militariza a la sociedad, el Estado terrorista además de militarizarla la desarticula mediante el crimen y el terror. Se caracteriza por la necesidad de estructurar dos formas paralelas de aparatos coercitivos: la normativa declarada que hace del Estado el que monopoliza la violencia a través de las leyes y de las instancias judiciales y de seguridad; y otra clandestina, al margen de toda legalidad, que corresponde a la premisa de que las leyes, las garantías personales, la publicidad de los actos de gobierno, la independencia del poder judicial, incapacitan al Estado para defender a la sociedad. De manera que los componentes cruciales del Estado terrorista son la clandestinidad del accionar represivo y el terror y el crimen
como herramienta de ese aparato clandestino. El Estado terrorista es una forma particular del Estado militar, sustentado en la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN).
En este contexto, la perpetración de los crímenes de lesa humanidad conforman una herida difícil de sanar por otras vías que no sea la Justicia para las víctimas de la crueldad.
Así es que en la historia del país, los regímenes políticos anti populares, incluido el esquema represivo del gobierno ejercido por María Estela Martínez de Perón, conjuntamente con López Rega 1973 al 1976, tiene víctimas de delitos sexuales en el contexto político. Pero cabe en esto precisar, por ejemplo, que el cuerpo de la mujer, es un territorio de guerra sometido por cuestiones de odio al género, en todos los lugares del mundo, sin por ello exculpar las aberraciones cometidas en Argentina.