Orfandad de Gobernantes
Los huérfanos del femicidio, esos que el oportunismo político considera el “daño colateral” de gente en desgracia; son personas que pagan las consecuencias de un Estado ausente, neoliberal y desentendido de los derechos humanos en general. La mayoría son niños y niñas que van a dar a un hogar superpoblado, con pocas a nulas posibilidades de encontrar una mejora en sus situaciones de vida. Padecen el dolor de la pérdida, la victimización del delito y además, la indiferencia de una sociedad que no admite estas profundas heridas que provoca el sistema patriarcal.
Mueren en la inocencia arrancada de sus vidas, cuando muere su progenitora. Todo lo que habían conocido como refugio, fortaleza, amor, contención, seguridad de repente es arrancado porque en una comisaría no se escuchó la denuncia en el primer acto violento al que debió ponerse atención, distancia y auxilio. Continúa en la escalada de desatenciones con un hospital o un centro de salud que no registra el estado en el que llegan madre y prole, luego de una situación de abuso, sigue con un Ministerio que recibe abultadas partidas presupuestarias pero no tiene un hogar de acogida, un comedor para asegurarles la alimentación, ni un centro en donde – protegidos del misógino- pueden al menos, por unos días, organizarse para los futuros pasos. Son los que duermen en una plaza, en la casa de un pariente, los que abandonan la escuela, sobre los que nadie pregunta por qué dejaron de asistir a clases, al comedor, a la iglesia o a un club.
La comunidad se entera cuando las cosas son irreversibles porque antes de eso, actúa la negación: esto que provoca dolor y pena, no es hablado porque si no lo hablo es como que no pasó. Ese silencio, es el primero de una cadena de mutismos que llevarán a los huérfanos a padecer una tras otras, las desgracias que le depara la sucesión de infortunios a quienes pierden su madre.
Esa teta vacía, ese alimento que no nutre en la pena, es el cabal testimonio de la desatención y desaprensión que en la función pública, ejercen aquellos que tienen la vida acomodada; ellos compran su ropa en los shoppings porteños, alimentan a sus hijos con los carritos llenos del supermercado, se van de vacaciones, tienen una casa tan amplia que en la habitación al lado del lavadero, hay una mujer para atender las necesidades de la familia. Ahí duerme, en el mejor de los casos, la mujer que deja sus hijos para cuidar los de otros. La que viene de la periferia geográfica y social, la que sin alcanzar a fin de mes, reza para que sus hijos estén resguardados de todo mal, mientras ella, atiende esas otras vidas fuera de su alcance.
La crueldad que supone dejar sin cuidados a los más necesitados, es la misma que se aplica a dejar morir de hambre, sed, frío, enfermedad a quien no puede atenderse o valerse por sí mismo y eso se denomina: abandono de persona.
Los huérfanos del femicidio, siempre dependen de un Estado que no actuó para evitar la muerte de una jefa de hogar y que al momento de su pérdida irreparable, también se desentiende de los vástagos. Es decir, continúa con el abandono. No hay ganancias en esa ayuda que no llega y por eso, no llegará.
El empresariado gobierna los municipios, las provincias y el País. En este contexto, los pobres: niños, niñas y mujeres; son una variable de ajuste permanente.
¿Sólo mata el femicida? Esa familia en desgracia, ya fue torturada en el olvido de un Gobierno que no la tiene en agenda. No piensa ocuparse y ni se plantea asegurarle, lo básico para sobrevivir, no sólo a la desgracia sino a la violencia de las propias privaciones.
Como dato presentado a principio de año, por la Casa del Encuentro: “el 84% de 290 víctimas de femicidios en 2016 no había denunciado. En su mayoría, las víctimas murieron apuñaladas. A esto se suma la proliferación de abusos sexuales. Ese mismo año registró 1900 huérfanos por femicidios; según una estadística de esta ONG a lo largo de una década”.
Del 1 de enero y el 31 de diciembre de 2016, identificaron también 37 femicidios vinculados de hombres y niños que intentaron salvar a la mujer o fueron asesinados para ‘castigar’ a la víctima, además de reportar que quedaron sin mamá 401 personas, de las cuales 242 son menores de 18 años.