Entrevistas

“El neoliberalismo es un modo de totalitarismo”

La psicoanalista Nora Merlin, en su nuevo libro, Mentir y colonizar, sostiene que en el actual escenario político opera la subjetividad neoliberal y, a través de sus propias estrategias, logra la obediencia inconsciente de una mayoría.

La psicoanalista Nora Merlin pensó su nuevo libro, Mentir y colonizar. Obediencia inconsciente y subjetividad neoliberal (Editorial Letra Viva), como una continuación de su anterior publicación, Colonización de la subjetividad. Los medios masivos en épocas de biomercado. Si en aquel trabajo ponía el acento en la concentración del poder financiero y las corporaciones y en la imposición invisible a través de nefastas estrategias, en este nuevo libro, Merlin analiza un concepto al calor de estos tiempos en la Argentina de la grieta: la obediencia inconsciente de la masa. El concepto de masa, la autora lo había desarrollado ampliamente en otro libro: Populismo y Psicoanálisis.

“Estos dos últimos libros están en continuidad. Me propuse hablar de la masa”, expresa Merlin. El dispositivo “masa”, según la psicoanalista, consta de dos operaciones: idealización e identificación horizontal. “Muchos individuos ponen el mismo objeto en lugar del ideal. Ahora, ¿quién es el ideal en esta fase del capitalismo? Son los medios de comunicación, que son la voz del poder. La característica que tiene esta fase del capitalismo es la gran concentración económica, simbólica, comunicacional, donde no hay pluralidad de voces, no hay democratización de la palabra”, sostiene. “Entonces, uno podría decir: hay discurso único. A tal punto que se puede decir que el neoliberalismo es un modo de totalitarismo”, agrega Merlin.

–¿Un totalitarismo silencioso porque no se muestra tal cual es?

–Exacto. Yo creo que se rompió el pacto de las democracias de posguerra, con los Estados protectores. Cuando había guerra de inteligencia, había una cosa un poco más balanceada. Era necesario que el capitalismo no mostrase su verdadera cara. Cuando se termina ese límite del campo socialista, aparece un avance del neoliberalismo en su cara más voraz, sin ningún tipo de límite, porque se debilitan los Estados protectores, hay una caída en lo simbólico, caen los diques morales, la vergüenza. Entonces, irrumpe el poder con una ferocidad y una violencia sin ningún tipo de coto. Tal es así que el neoliberalismo es como un virus que, como usted dice, va tomando la cultura silenciosamente.

–Si el neoliberalismo es un totalitarismo y la masa es acrítica, ¿dónde se ubica a la resistencia?

–Es una pregunta de alta complejidad. Hay que desarrollarla. Esto es una imposición de un sistema de terror que no le conviene a la mayoría y que no se impone visiblemente. Es decir, nosotros tuvimos una etapa en Latinoamérica, donde el Plan Cóndor se impuso visiblemente, a través de las Fuerzas Armadas. El nuevo avance neoliberal va por otro carril. Es un poder mucho más invisible pero mucho más potente y mucho más eficaz porque se va entramando en todos los aspectos de la cultura y va colonizando la subjetividad.

–Usted dice que el neoliberalismo es una nueva subjetividad…

–Sí, pero para imponer un sistema que no le conviene a la mayoría, se necesita un consenso obediente.

–Utiliza el término “obediencia inconsciente”. ¿Por qué la relación entre el sometimiento y el poder no es voluntaria?

–Hay que hacer una aclaración. A mediados del 1500 surgió un personaje llamado Étienne de La Boétie que se preguntó sobre la relación de la subjetividad con el poder. ¿Por qué muchos se sometían al poder de uno, que era el poder real? La explicación en su momento fue teológica: el rey es el heredero de Dios y, entonces, hay que servirlo y hay que obedecer. Era una obediencia consciente y voluntaria. Luego, vinieron las revoluciones democráticas, los principios de igualdad, libertad y fraternidad. Pasaron muchísimos años desde que De La Boétie se preguntó esto de la servidumbre voluntaria. Y estamos frente al mismo problema; es decir, por qué los muchos se someten al uno, pero ya no el poder real del rey sino el poder real que hoy son las corporaciones. La servidumbre ya no es siquiera registrada como servidumbre porque estamos en presencia de ciudadanos que se creen libres.

–¿Una falsa autoconciencia?

–La tradición marxista habla de falsa conciencia, de que no se asume la conciencia liberadora, emancipadora, que es la clase que, por naturaleza tiene que hacer la revolución. Nada de esto se cumplió. Yo no creo que hay conciencia falsa y conciencia verdadera. Toda construcción ideológica es performativa. Esto quiere decir que es un sistema de ideas que construye realidad. No es que hay una realidad y luego se representa. No, la construcción ideológica es una acción discursiva.

–Usted mencionaba recién y también lo destaca en el libro el tema de la servidumbre cuando nadie la obliga.

–Aparentemente nadie la obliga, porque hay una imposición invisible.

–¿Cómo analizaría este concepto en el contexto argentino actual? ¿Cree que parte de la sociedad está adormecida, por ejemplo?

–Hay dos ideas centrales que organizan mis últimos libros. Una es la colonización de la subjetividad y otra es la obediencia inconsciente. Con la colonización de la subjetividad me refiero al poder del que hablamos, invisible, sobre todo los medios de comunicación, pero no sólo los medios sino también la educación, la salud mental o distintos aspectos de la cultura que operan sobre las mentes y los cuerpos. Y logran, lo que yo llamo “el colonizado”. El colonizado no es una categoría de clase social, es un criterio transversal. El colonizado tiene un núcleo con prejuicios, sobre todo el odio, y una envoltura formal donde hay identificaciones. Y ahí sí hay tensiones de clases sociales y de grupos. La trama argumental varía según la inscripción social, pero el núcleo, la estructura del colonizado es la misma. Entonces, no hay que pensarlo como falta de instrucción o que son todos estúpidos. No. Hay un trabajo muy fino sobre la subjetividad. Para imponer un sistema que no le conviene a la mayoría hay que lograr un consenso obediente. Y la masa es el mejor sistema para lograr ese consenso obediente. Hay afectos y pasiones característicos en la masa. Por ejemplo, la pasión por la ignorancia en la masa. No tiene que ver con que si fueron o no a la universidad. No tiene que ver con eso. Es un no querer saber nada. Es no querer saber nada sobre lo hetero, sobre lo diferente, sobre la política, sobre lo singular. Esa es una de las pasiones que se estimulan en la masa. No es la única. El odio es otra pasión.

–¿Por qué si el neoliberalismo instala el odio a los sectores populares hay una obediencia inconsciente que reproduce ese odio?

–Primero, el mejor modo social para la obediencia es la masa porque la estructura de la masa es jerárquica; es de poder y sometimiento. Es necesario instalar ese sistema jerárquico, poder y sometimiento, de líder y de obediencia de un sistema de uniformidad. En ese sistema, todos dicen las mismas frases, hay como un anhelo de pertenencia imaginaria. No es una inscripción real, pero hay un anhelo de inscribirse en ese todo. Ahora, el todo siempre produce secciones. Los que no se inscriben ahí son rechazados y son odiados. Ahí va la oposición, los dirigentes sociales a ese lugar de segregación, de rechazo y de demonización.

–¿Qué factor juegan las creencias en la percepción de la realidad que tienen ciertos sectores sociales?

–Bueno, se trabaja sobre las creencias, estimulan creencias. Es muy cierta esa frase de Walter Benjamin “El capitalismo es una nueva religión”. Una religión, en este caso, construida desde los medios de comunicación, que, como decimos, son la voz del poder. Entonces, va produciendo una nueva subjetividad. Y como el neoliberalismo es un sistema que se caracteriza por dejar indefensos a los llamados “ciudadanos” –que son consumidores consumidos–, los deja en situación de angustia con desamparo, en indefensión; a veces, literalmente en situación de calle, sin ropaje de los derechos porque van despojando simbólicamente de todo en situación de amenaza a la ciudadanía. Comienzan por algunos sectores pero más tarde o más temprano somos todos.

–¿Eso está relacionado con el concepto de bullying social que describe en su libro?

–Hay algunos conceptos que se van desarrollando. La angustia es uno. El ciudadano queda despojado. La angustia y el miedo van de la mano. De ahí a la obediencia hay un paso. Ahí está la instalación de creencias de las que hablábamos, y el poder actúa como una concentración autoritaria, donde no hay la puesta en práctica del estado de derecho y lo que hay es un bullying social. El neoliberalismo surgió en los 90, después de la caída del muro de los estados socialistas. Y empezaron con una mentira. Dicen: “Se terminaron las ideologías”. No se pueden terminar las ideologías. Pero dicen eso y se empieza a desarrollar una nueva ideología que rechaza a la política.

–En ese sentido, ¿este gobierno promueve la desideologización de los sujetos a partir de una ideología del odio?

–Exacto. Y lo que ellos llaman gestión (porque es el tiempo de la gestión en lugar de la política), es la administración del terror. Y se administra mediante operaciones de inteligencia, como las guerras judiciales, la instalación del odio. El odio se convirtió en una herramienta muy eficaz.

–¿Cómo se logra que alguien vote en contra de sus intereses?

–Es lo que está pasando. Son democracias neoliberales que no le convienen a las mayorías sino sólo a los grupos financieros. Entonces, el único modo de lograr esta imposición es colonizando la subjetividad y logrando la instalación de una obediencia inconsciente, donde el ciudadano se cree libre y no hace más que cumplir imperativos del consumo y del mercado. Ahora, estos gobiernos rechazan la política y lo que usan en lugar de ésta es la gestión y las técnicas de marketing. Así como el populismo es la instalación y la construcción de demandas horizontales en una voluntad popular, acá hay demandas construidas desde arriba. Fíjese la diferencia entre el marketing y la política. Entonces, el ciudadano compra. Y compra cosas que no le sirven, planes que no le sirven, y gobiernos y personajes que no le sirven. A medida que fueron desarrollándose los medios y la cibernética, es muy fácil manipular la subjetividad.

–¿Cómo cree que se logra equiparar una denuncia a una condena, como sucede con la persecución a Cristina Fernández de Kirchner?

–Yo creo que los medios de comunicación están estropeando la cultura, las relaciones sociales. Son la voz del poder pero se convierten, a veces, en jueces, estigmatizan a una persona, no cumplen con el procedimiento normal judicial, la demonizan sin pruebas, o sin que se cumpla el principio de inocencia. La verdad es que funciona como si fuese un estado de excepción. Los periodistas de la televisión son empleados de la corporación. El plan en toda Latinoamérica fue demonizar a los líderes políticos de la oposición. Una de las estrategias fue la instalación del odio. Por eso, digo que también el campo popular está colonizado. No es que “ellos” son los colonizados y “nosotros” estamos vacunados. Son distintas colonizaciones, pero me parece que fue muy eficaz la instalación social de la grieta, muy eficaz para el mal porque es un desastre lo que están haciendo con la ruptura del tejido social, la ruptura de vínculos familiares, amistosos. Eso, ¿a quién le conviene? Al poder. Entonces, el campo popular militó el odio. Y yo creo que esa fue una colonización del campo popular porque una cosa es el conflicto político como conflicto de intereses, como debate, como sublimación del odio, y otra cosa es la promoción que realizó el poder, sobre todo algunos periodistas innombrables. Y el campo popular también se puso a militar el odio. Si nosotros hablamos de batalla cultural, uno de los primeros programas en esta batalla cultural es resolver este odio. Hay que resolverlo porque no es por ahí que nos vamos a orientar en un camino emancipatorio. El neoliberalismo precisa culturas sin política. El odio es fantástico como cultura sin política porque si el conflicto político lo tramitamos como “malos” y buenos”, como “corruptos” y “decentes”, se transforma en un conflicto moral. Es la moral en lugar de la política. ¿A quién beneficia, entonces, la instalación del odio? Solamente al poder porque se obtiene una cultura con un tejido social todo dividido y una cultura despolitizada porque el asunto es de “buenos” y “malos”. Esa es la forma que tienen ideologías totalitarias como el nazismo y el neoliberalismo de tramitar el conflicto político. Es una trampa. En lugar de conflicto se produce la estrategia del enemigo interno. Es el odiado.

Fuente: Pagina12

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *