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Científicas: la otra mitad de la historia

¿Cómo puede ser no conozcamos ningún nombre femenino en las ciencias? ¿Será que no existen? No. Nada de eso. A las mujeres les gusta investigar y, de hecho, lo hacen. Pero parece ser que las damas en la historia de la ciencia son como las partículas: fundamentales pero invisibles. ¿Será que la historia no es como nos la contaron?
 
“La historia la escriben los ganadores”. Una frase que todos conocemos pero ¿cuántas veces reflexionamos acerca de su significado? Al hablar de la historia de la ciencia no nos queda más que pensar que, desde una perspectiva de género, los hombres se han alzado indiscutiblemente con la victoria. De otra manera, es difícil explicar que, a excepción de Italia, las universidades del Viejo Continente fueran ámbitos exclusivamente masculinos hasta el siglo XIX y, en algunos países, hasta el siglo XX. O bien que hasta no hace muchos años las mujeres y niñas en los libros escolares fueran presentadas casi exclusivamente, en tareas tradicionalmente femeninas: lavar, cocinar, planchar, coser, atender a lxs hijxs y al marido: en los enunciados de los problemas matemáticos las mujeres iban al supermercado y preparaban la comida. Sin ir más lejos, en 2005, el entonces presidente de la Universidad de Harvard, Larry Summers, tuvo que renunciar a su cargo por sugerir que la poca representación femenina en ciencias e ingenierías podía deberse a “su menor aptitud para estas cuestiones” mientras que Peter Lawrence (2006) en PLoS-Biology continuaba sosteniendo que el éxito desigual entre hombres y mujeres en la carrera científica se podía explicar con el concepto de “masculinidad” definido como un “atributo natural, caracterizado por una mayor agresividad y autoconfianza”.
 
Para vincular mejor ciencia y sociedad, un primer paso es comunicar temas de género con precisión. Es interesante analizar, entonces, la presencia de científicas en los medios masivos de comunicación y el tratamiento de sus investigaciones y descubrimientos.
 
Analizando algunos estudios puntuales al respecto vemos que, por ejemplo, investigadores en Reino Unido (2009) documentaron una clara asimetría en doce diarios en la proporción de científicos y científicas citados y en cómo estaban representados. Las mujeres aparecieron con mucha menor frecuencia que los hombres en los artículos, y cuando se las mencionaba había un notable énfasis en su apariencia y sexualidad. Otro estudio, en Estados Unidos (2010), analizó cómo los científicos estaban representados en catorce programas de televisión que no tenían su enfoque en la ciencia. De 186 científicos identificados, 113 eran hombres pero lo más relevante era que el estereotipo que prevalecía era el de un hombre blanco, inteligente, soltero, sin hijos y con una alta posición en su campo. En Brasil se observó un patrón similar después de analizar dos programas de noticias (2014). Los científicos aparecieron con el triple de frecuencia que las científicas y aquí el estereotipo era un hombre, maduro (de 60 años o más) y blanco. Por otro lado, las científicas que aparecían eran mayoritariamente de apariencia joven (hasta 40 años).
 
El modo en que lxs científicxs están representados en los medios de comunicación también sugiere roles estereotipados: mientras los hombres exploran diferentes áreas de interés, las mujeres se dedican al cuidado de su salud y su cuerpo. Las palabras hombre y hombres, cuando se usaron en relación con la ciencia, fueron más frecuentes vinculadas a palabras como Luna, robots, astronautas, Tierra, vida y científico. Por otro lado, en los mismos informes científicos, los términos mujer y mujeres, cuando se hacía referencia a la ciencia, se asociaron con más frecuencia a salud, cáncer, enfermedad, seno y mamografía.
 
Diversos estudios también han mostrado que las representaciones masculinas asociadas con la ciencia y la tecnología aún influyen en cómo las jóvenes perciben estos campos, y su motivación o su probabilidad de convertirse en científicas. Esto es particularmente importante considerando que los medios masivos son la principal fuente de información pública sobre ciencia y tecnología.
 
Analizando los últimos datos de los informes internacionales de UNESCO sobre “Ciencia, tecnología y género” vemos que, pese a los logros en materia de matrícula en educación y el número creciente de alumnxs en escuelas primarias y secundarias, la disparidad de género continúa presente en todo el mundo. Si bien numerosas mujeres han logrado destacarse en ciencia y tecnología, las niñas poseen menos posibilidades de recibir educación orientada a estas áreas y las mujeres empleadas en estas especialidades reciben menor remuneración que los hombres igualmente calificados y poseen menos probabilidad de ser promovidas.
 
Es un tema de relevancia internacional que se hace eco fuertemente en un contexto regional y local. A nivel global, según la UNESCO, las estimaciones sobre participación femenina en la ciencia se ubican en un 25-30% del total del personal de investigación. América Latina, con un 46%, se destaca frente al promedio de participación europeo (32%) y estadounidense (20%) y constituye una de las regiones del mundo con mayor participación. Sin embargo, aún persisten concepciones y prácticas institucionales no explícitas que se reflejan en la ya famosa metáfora del “techo de cristal” surgida en los años 70, una barrera invisible que limita el acceso de las mujeres a los lugares de mayor prestigio y poder de decisión.
 
En cuanto a la situación en Argentina, del informe “Ciencia y tecnología en la Argentina. Diagnóstico de la situación de género” (2007) se desprende, por ejemplo, que los tres principales órganos de política científica (SECyT en ese momento, hoy MinCyT, CONICET y SECyTUBA) muestran que sus autoridades en distintos cargos tienen un fuerte sesgo de género que tiende a la masculinización; que la participación de las mujeres en las instancias de evaluación es minoritaria; y que, si bien al considerar la Planta Docente de la UBA y de la Carrera del Investigador Científico (CIC) del CONICET se observa que existe equidad de géneros, en ambos casos la masculinización surge notablemente en los niveles más altos reforzando la hipótesis del “techo de cristal”.
 
Sobre la base de todos estos antecedentes es bastante lógico asumir que, en la actualidad, aún continúen muy arraigadas algunas ideas distorsionadas en relación con el papel que las mujeres han desempeñado y siguen desempeñando en el desarrollo del saber. Así, se piensa con frecuencia que, o bien permanecieron ajenas a la construcción del conocimiento científico a lo largo de la historia, o bien su incorporación se produjo tardíamente gracias a los cambios sociales, culturales, económicos y políticos de los últimos siglos.
 
Estas creencias y percepciones distorsionadas, productos de una cultura androcéntrica que arrastramos desde los comienzos de la historia, no solo repercuten en el imaginario colectivo en todos los contextos de la sociedad sino que, por supuesto, dejan también su impronta en el mundo educativo y se manifiestan, entre otros muchos aspectos, en la selección de contenidos, el tratamiento de la información en los libros de texto, el lenguaje, los materiales didácticos. En muchos manuales apenas se toma en consideración los saberes de las mujeres, transmitiendo la idea que solo los hombres han sido protagonistas. Esa reiterada invisibilización también se manifiesta en la elaboración de “modelos” de sabios y científicos casi siempre masculinos.
 
Es importante recalcar que en muchos de esos relatos de la “historia oficial”, está ausente la otra mitad de la historia, es decir, la protagonizada por las mujeres.
 
Solo a modo de muestra y para tener una real comprensión de la exclusión de las mujeres en las Academias de Ciencia, por ejemplo, he aquí un par de datos interesantes:
 
La Académie des Sciences se negó (increíblemente) a admitir a Marie Curie en 1911, un año antes de que le otorgaran su segundo premio Nobel. De hecho, la primera mujer en ser aceptada como miembro corresponsal fue una de sus estudiantes, Marguerite Perey en 1967. Pero recién en 1979 Yvonne Choquet-Bruhat, logró acceder como miembro de pleno derecho.
Marjory Stephenson y Kathleen Londsdale, fueron las primeras en ser admitidas en la Royal Society en 1945, “honor” que no consiguió ni siquiera la “Reina de las Ciencias del siglo XIX” Mary Sommerville a la que sí le construyeron un busto en el Hall de Entrada en 1832 (¿Vale decir que la dejaron llegar hasta la puerta?).
Recién en 1964 Liselotte Welskopft se convirtió en la primera mujer miembro de pleno derecho de la Akademie der Wissenschaften de Berlín.
¿Y en España? Las primeras mujeres en acceder a las academias científicas fueron María Cascales (Real Academia de Farmacia, en 1987) y Margarita Salas (Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en 1988). Básicamente, los seres humanos viajamos al espacio, lanzamos el primer satélite artificial, inventamos el microondas y el teléfono celular, creamos el chip y el láser y desarrollamos el Pac-Man antes de que España aceptara mujeres en sus Academias.
Pero nadie mejor que una protagonista para explicarlo. Dorothy Crowfoot Hogdkin, Premio Nobel de Química en 1964, escribió en una carta: “Recuerdo que estaba sentada en los escalones de la Real Sociedad esperando a alguien y hablando con John Bernal. Le dije que había resuelto la estructura de la penicilina. Él me dijo: “ganarás el Premio Nobel por esto” y yo le dije: “preferiría que me eligieran miembro de la Real Sociedad”. Él contestó: “eso es más difícil”
 
Fuente: economía feminista Autora: Valeria Edelsztein

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